Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
La pequeña Nieves se hizo mujer de pronto. Aprendió a coser en un tiempo record y se esforzó por tomar las riendas de su abatida familia.
Se encargaba de hablar con su abuela Purificación para mantenerla entre los vivos. Le contaba lo que hacía en el colegio, le llevaba el desayuno a la cama, preparado con sus manitas. Recordaba a su padre Ricardo sus quehaceres diarios, atendía al bebé cuando estaba en la casa.
La fachada de Nieves era esa, la de una niña que había alcanzado la madurez en un instante. Pero en su interior estaba hundida. Su corazoncito empezaba a enfermar de tristeza mientras con su voluntad trataba de curarlo a la fuerza.
Cada día se acostaba llorando sin hacer ruido, para que no la oyeran, y caía rendida de puro agotamiento emocional. Aunque hubo una noche que no pudo conciliar el sueño. Estaba tumbada en la cama, con sus ojitos mirando el cielo nocturno, tratando de distraer su tristeza contando estrellas.
Una noche, de pronto, le pareció ver una mujer en miniatura con alas de libélula volando al otro lado de la ventana. Su corazón le dio un vuelco. ¿Qué era eso?¿Qué había visto? Su apariencia adulta no había matado del todo a la niña que era, asi que no pudo evitar pensar que esa cosa que había visto era un hada.
Desde entonces, cada noche trataba de mantenerse despierta y en silencio, para poder avistar de nuevo a su hada. Y cada noche caía dormida sin ver nada. Pero en sus sueños si que se aparecía esa criatura nocturna. Volaba sobre ella y sonreía, aunque no podía ver su cara por lo pequeña que era.
Una noche el hada de sus sueños se apareció justo en el instante en el estaba a punto de dormirse. En esta ocasión la vio muy cerca. La sonrisa que vio llenó de paz su corazón.
El hada de sus sueños era Martina, su madre.
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¡Felices labores!
