Martina en el Pais de las Hadas episodio numero LII
Martina en el País de las Hadas

Martina en el País de las Hadas (LII)

Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/

Las campanas del pueblo repicaban al tiempo que los habitantes, vestidos con sus mejores galas, acudían a la misa de domingo. Nieves se había puesto preciosa para la ocasión. Tomó el brazo de su padre y como cada semana, acudió a su cita con la iglesia acompañada de toda su familia.

Durante el rito estaba más fuera que dentro del templo. A la salida de misa solía pasear con Sebastián, así que tenía muchas ganas de que el cura se diera prisa para poder encontrarse con su enamorado cuanto antes.

A la salida de la iglesia, Nieves se despidió de su familia y tomó a Sebastián del brazo para dar su habitual paseo. Caminaron y charlaron hasta que se dieron cuenta de que habían llegado al límite del pueblo. Ambos se percataron del hecho de que se estaban alejando del perímetro permitido, pero continuaron paseando como si no pasara nada.

Sebastián detuvo la excursión al ver un banco en el camino. Le propuso a Nieves que se sentaran y allí continuó su disertación. Hacía semanas que se veían cada domingo, pero seguían tratándose de usted.

—Me encantaría que fuera mi compañera de vida. Estoy totalmente enamorado de usted.

La maestra casi se cae del banco cuando el pastor dio un giro de 180 grados a la conversación. La estupefacción de la chica era tal que no pudo contestar. Giró su mirada hacia los árboles que había frente a ella para evitar la intensidad de los ojos de Sebastián.

En apenas un segundo a la mente de Nieves llegó el recuerdo de todos los momentos cruciales de su vida desde que tenía memoria. La muerte de su madre y de su abuela, las comuniones, las apariciones de las hadas, su latente y constante tristeza… y la llegada de un pastor que había devuelto la ilusión a esta niña apenada.

No se lo pensó dos veces. Se giró hacia Sebastián y le besó. El chico no se esperaba semejante reacción, pero se dejó llevar con ternura. El pastor tenía los ojos entrecerrados por el influjo del beso de Nieves cuando ella habló.

—A partir de ahora creo que deberíamos tutearnos.

 

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