Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
Hacía rato que Nieves había vuelto del colegio y no podía permanecer un minuto sentada. ¿Dónde estaba su tía Conchi con las nuevas lanas? Su abuela Purificación esbozaba una tibia sonrisa mientras la miraba de soslayo. Se daba cuenta de que los nervios de su nieta iban más allá de la ilusión por tener lanas nuevas. Purificación veía más allá del comportamiento entusiasta de una niña y sabía que Nieves creía que esa noche su hada-mamá iría a verla gracias al hechizo de las nuevas lanas.
En el fondo de su corazón pensó que tal vez se había equivocado alimentando la imaginación de la niña con el proyecto de la manta de homenaje. Recordó cuando le dijo a su nieta que las hadas eran amantes de las lanas y que a esa hada que le había visitado la noche anterior le gustaría que tejiera una colcha para ella. La niña había retomado la ilusión con esa idea, pero temía que le hiciera daño a largo plazo. Cuando viera que noche tras noche su hada no venía.
De pronto la puerta se abrió y entró Conchi con una caja enorme. Nieves se abalanzó sobre ella y comenzó a saltar a su alrededor, loca de emoción. Dentro de la caja había lanas de muchos colores bonitos, de muchas texturas divertidas y tactos agradables. La pequeña observaba cada ovillo que sostenía, y su mente imaginaba el dibujo que podría tejer con él.
«Flores, haré flores», dijo la niña. Había llegado la primavera y sentía que ese era el destino más apropiado para esa amalgama de colores bellos. Nieves pensó que la primavera pondría contentas a las hadas. Pensó que habrían estado escondidas por el frío invierno. Pensó que pronto vendría su hada personal a visitarla, atraía por la primavera y las flores que pensaba tejer para la manta que nunca terminaba.
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