Martina en el Pais de las Hadas episodio numero XLIX
Martina en el País de las Hadas

Martina en el País de las Hadas (XLIX)

Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/

Nieves se despertó renovada la mañana posterior a la visita de su madre y su abuela en forma de hada. La paz que sentía llenaba todos los rincones de su cuerpo. Pensaba con mayor claridad.

Era domingo, la mañana posterior a la romería del pueblo. La maestra se levantó, se aseó y bajó a colaborar en la preparación del desayuno con sus tías, que ya se encontraban atareadas en la cocina.

Después del desayuno, durante el cual consiguió escapar de miradas socarronas e inquisitivas, decidió ir a la plaza a tejer. El día se había levantado caluroso: era un gran momento para coger su labor y ser feliz.

A la maestra del pueblo le gustaba mucho tejer al aire libre. Una costumbre que comenzó de niña, tras las primeras visitas de su hada-mamá. Salir a la calle a tejer era su intento infantil de atraer a su fallecida madre hacia ella. Las hadas viven en el bosque y aman las lanas, así que si se acercaba lo suficiente al campo, podría ponerse en contacto con Martina.

Lo que comenzó como un intento de atraer al hada en la que creía que se había transformado su madre al morir, tornó en una costumbre. Normalmente salía en las primeras horas de la mañana, cuando la actividad del pueblo era poca. La suma del silencio, la brisa en el rostro y la concentración en la labor, hacían que Nieves saliera de su cuerpo. Los pensamientos se iban y solamente quedaba la tranquilidad.

La mayoría de las tareas del pueblo se paralizaban el domingo, incluso la del pastor del pueblo, que tenía derecho a descanso y misa. Y para honrar esa facultad, Sebastián se puso como un pincel. Era temprano pero decidió salir pasear. Caminaba sin rumbo fijo cuando se encontró con la muchacha que había soñado conocer desde niño, el día que llegó a su pueblo la historia de la niña que tejía una manta en honor a su madre fallecida.

Todavía no había abierto la boca cuando ella levantó la cabeza y sus miradas se encontraron en una plaza vacía. El pastor se acercó a Nieves, pero no se sentó en el banco que ella ocupaba. Permaneció en pie junto a ella el tiempo que le llevó pronunciar una frase.

—No se preocupe, la respeto y no volveré a cortejarla.

 

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