Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
Durante la comida que hubo tras la comunión de José Luis no quiso indagar. A Nieves le daba un poco de vergüenza, a sus catorce años, preguntarle a su hermano pequeño si se había sobresaltado durante la ceremonia ante la visión, en forma de hada, de la difunta madre de ambos.
El niño se mostraba taciturno. Las tías de ambos habían preparado una opípara comida para celebrar el evento más importante de la familia desde la comunión de Nieves. La enorme mesa que habían habilitado en el jardín trasero de la casa estaba abarrotada de manjares que los hermanos adoraban: cordero asado, buñuelos, rosquillas…
Nieves ya era una mujercita y había aprendido a disimular, una habilidad que los niños aún no tienen desarrollada. Miraba de soslayo a su hermano cada vez que creía que nadie la prestaba atención. Y cada vez que posaba su mirada sobre José Luis, siempre le veía callado, absorto.
La muchacha no se atrevía a preguntar, así que lo dejó pasar. Ya tenía catorce años y no tenía permitido creer en nada sobrenatural que sus mayores más inmediatos no aprobaran. Era una mujer en ciernes y únicamente debía creer en aquello que su abuela y el párroco le habían inculcado.
Ese pensamiento llevó a Nieves a consolidar un hábito que había adquirido en la niñez y que ya hacía de manera automática. La chica pensó que, puesto que las hadas no existen, podía acercarse a su madre fallecida de otra manera. Así que comenzó a rezar de manera intensa, pensando en el rostro de Martina, pidiendo a quien estuviera en el cielo con ella que le mandara una señal de que se encontraba bien.
El rezo pasaba desapercibido en la familia de Nieves como súplica de una adolescente que cada día necesitaba más el consejo de su madre.
Si te ha gustado esta entrada, puedes suscribirte aquí para no perderte ninguna de mis actualizaciones.
Si quieres conocer ya el final, puedes adquirir en AMAZON el ebook o la versión en papel con la serie completa en este enlace
¡Felices labores!
