Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
La comunión de Nieves sería el próximo domingo y esa tarde había decidido repasar su vestido con su abuela Purificación en la búsqueda de fallos que solventar. La niña se probó el trajecito. Al contemplarla, su abuela pensó que esa niña era un hada bella, tal y como lo era Martina, la difunta madre de la pequeña.
Durante la búsqueda de errores de confección, Nieves encontró varios fallos que no quiso dejar pasar, así que se sentó junto a su abuela en silencio. Tomó una aguja con sus manos, buscó el hilo adecuado, y comenzó a reparar los descosidos.
Así había sido su vida desde los cinco años, tras el momento fatal de la pérdida prematura de una madre muy necesaria. Un remiendo tras otro. La única manera que había encontrado Nieves de sanar su corazón, de zurcir las heridas, fue la imitar a su mamá. Qué sabía ella con cinco años lo que era llevar una casa como lo hacía Martina. La niña hizo lo que pudo.
A pesar de su juventud, fue capaz de grandes cosas. A base de tesón y cariño logró levantar el ánimo de su familia rota. Gracias a una legión de abrazos, besos y lanas, Nieves fue zurciendo los corazones de todos. Una labor titánica conseguida gracias a los miles de detalles que pueden albergar los días.
Unos días que se unen en semanas, meses, años. Cuántos besos y sonrisas habrá dedicado esta fuerte niña a sus semejantes en todo ese tiempo… Tantos como muestras de cariño añoraba ella de su mamá.
No importaban los desvelos ni las noches en las que en el último momento antes de que caer dormida, Nieves esperaba que su hada-mamá volviera a besarla. Estaba convencida de que el domingo regresaría. Su mamá no se perdería su comunión.
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