El hechizo del Dedal de Plata: del gusano de seda a maestra del encaje
Entrevistas

El hechizo del Dedal de Plata que convirtió al gusano de seda en maestra del encaje

Cuando el dedal de plata de su madre cayó en sus traviesas manos de niña, Cristina supo que las hebras serían su pasión. “Me gustan los hilos más que a un gato», asegura en la presentación de su blog, una web de costura atípica en la que cada trabajo que ella muestra y explica se transforma en un pulido relato personal. Encaje, tradición familiar y búsqueda de la perfección son elementos de un cóctel llamado http://midedaldeplata.blogspot.com.es/, la obra de una murciana de nacimiento y sevillana de corazón, que desde la ciudad de Zaragoza se consagra a su amor por los hilos y la escritura.

Cristina tiene una licenciatura universitaria en el campo de las ciencias pero fue su amor por las letras y su deseo por dar a conocer más de veinte años de laboriosos trabajos lo que la llevó, primero a escribir poesía y relatos, y después a inaugurar su blog. «Todas las mujeres de la familia hacemos labores, pero mi tía Mari Naty es la representante de la parte más artística, porque lo mismo borda que pinta. Yo sólo tengo cuadros de ella en mi casa. Mi tía fue la que me dijo que hay que enseñar lo que haces, porque tenerlo en un cajón no sirve para nada», recuerda. De hecho, su tía fue la primera persona de su familia que se lanzó a mostrar su talento por medio de un blog, http://natysantigosa.blogspot.com.es/, en el cual da a conocer sus obras. Aunque fuera años atrás, en un viaje a Grecia, cuando Mari Naty descubrió la importancia de exhibir su arte. El país mediterráneo llenó su corazón de luz y color, y la animó a pintar, una nueva pasión que la llevó ha organizar una exposición con sus trabajos pictóricos, y tras ella, su faceta pública en internet, explica su sobrina.

Una dimensión digital que Cristina adoptó y que es motivo de ilusión para ella. En esa faceta se ponen de manifiesto los mismos rasgos que se revelan en su labor como encajera. «Tengo dos cualidades: paciencia y perfección. Si está mal, lo deshago», afirma Cristina, quien a pesar de desarrollar una meticulosa labor nunca querido cobrar por ella. Y es que aunque el encaje es su pasión, no se plantea que su destreza con esta disciplina le sirva de fuente de ingresos porque «la artesanía no está valorada. Eso mismo lo hace una máquina. El peor material se utiliza para bordado a máquina, y la seda, para bordado a mano, por lo que aun se incrementa más el precio del trabajo». Eso si, cada vez que regala una pieza a sus allegados le gusta adjuntar una etiqueta en la que anota un precio ficticio a modo de broma cómplice. Unas piezas artesanas entregadas siempre como regalo y elaboradas con la paciencia y el tiempo que requieren. «No tengo ansiedad por acabar las cosas, yo disfruto haciéndolas, tengo mucha paciencia. Soy encajera-bordadora, me gustan los encajes, me gusta lo delicado, lo eterno. Las labores rápidas no me llenan. Yo disfruto haciéndolo, viendo salir el hilo de entre el encaje. No lo hago por la satisfacción de haber hecho cincuenta pañitos de bolillos, sino por la satisfacción de estar haciendo un pañito de bolillos«, explica.

El encaje es su pasión, el bordado su segundo amor y la costura una «necesidad, porque lo que veo no me gusta y lo que me gusta no me está», bromea, mientras recuerda que su identificación con estas minuciosas labores le viene de cuna. «Yo nací en Murcia, y mientras vivimos allí tuvimos una señora que trabajaba en la casa, que se llamaba Antonia, a la que tengo muchísimo cariño, y a la que mi hermana y yo llamábamos Tata. Estaba sólo por la mañana, pero los jueves por la tarde se quedaba en casa y cosía con mi madre. Nos hacia ropa a mi hermana y a mi. Yo siempre tenía una excusa para pasar detrás de ellas, intentaba `robar` los trozos de tela que les iban sobrando para ponérselos a los muñecos con un nudo, a modo de ropita. Ellas trabajaban con una máquina de coser que había comprado mi madre para hacerme la canastilla de bebé, y yo me quedaba mirando la máquina estupefacta, me quedaba mirando cómo bajaba la aguja», recuerda.

«Me escondía a hacer crochet de niña, porque tenía que estar estudiando», ríe Cristina, al tiempo que se esfuerza por rememorar sus primeros momentos en el universo de las labores, memoria de su más tierna infancia. «Yo aprendí a hacer crochet y a leer a la vez. Pasaba ratos con mi abuela Josefina, mi abuela paterna, que era costurera de profesión especialista en chaquetas. Cosía de maravilla, de hecho hice una entrada de zurcidos en la cual puse la foto de uno hecho por ella, y no se ve el zurcido, es impresionante. Nos quedábamos a veces con ella. Entre mi madre y mi abuela Josefina nos enseñaron a hacer crochet a mi hermana y a mi. Un verano estuvimos con ella en Jerez de la Frontera, y para que no saliéramos a la calle en las horas de calor, mi abuela nos puso a hacer un marcador a punto de cruz, en el que estaba el abecedario, los números, quién lo hizo, florecitas… un marcador en toda regla», afirma. «Por parte de mi madre, mi abuela Naty no era costurera de profesión, pero bordaba y cosía auténticas maravillas. Sus hermanas hacían tareas delicadas con hilo muy fino», rememora.

La infancia de Cristina transcurrió en Murcia, aunque sus ojos azules brillan con un color especial cuando habla de la ciudad en la que disfrutó de su primera juventud, su amada Sevilla. Una conexión que resulta evidente y profunda en una mirada en la que se baña río Guadalquivir y que se transforma al ritmo de sus recuerdos. «Yo tengo el mejor regalo que te puede dar la vida, y es haber pasado mi juventud en Sevilla, es algo que te marca para siempre y que no olvidarás nunca», asegura mientras su mente pasea por las calles de la ciudad hispalense. Y mientras habla de uno de sus próximos proyectos, una obra de profundas raíces sevillanas. «Quiero hacer el mantón de Manila mas bonito que se haya visto, para mi sobrina, para que tenga un recuerdo mío», comenta, para lo cual ha contado con la ayuda de su primo Juanfran, que le ha construido un bastidor de dos metros por metro y medio para que pueda llevar a cabo su objetivo. «Es el marido de mi prima, pero es que no me acuerdo de cuándo lo conocí, para mi Juanfran ha estado en casa siempre», sonríe Cristina. A este bastidor se suman el de su madre y el de su abuela Naty, que ella atesora en su deseo por conservar la tradición y el alma de su familia. «Soy mucho de hechos de familia, por ejemplo, mi madre es la madrina de mi prima Lourdes, y yo soy la madrina de su hijo. Me gusta mucho que se encadenen los hechos en la familia, que se hereden las frases, me gusta repetir las frases de la familia para que no se pierdan, que se hereden los gustos. Soy muy genealógica, me gusta saber qué hacía mi abuela y repetirlo, que se herede la esencia de la familia. Por eso yo siempre quise tener un dedal de plata, como mi madre, y por eso con mi primer sueldo me compré un dedal de plata, y le compré otro a mi hermana», comenta.

La tradición de la familia de Cristina se resume en el estandarte de su blog, el dedal de plata, y se materializa en los recuerdos de una encajera que ha debido ser gusano de seda en alguna vida anterior. «Si existiera la reencarnación yo seria gusano de seda, me apasiona la seda, me parece el tejido más noble, el mas difícil de trabajar, en el que los resultados son más espectaculares, ya no por su brillo, sino porque es un material tan noble y tan natural que es un reto para el ser humano poder trabajarlo y conseguir un vestido espectacular. Es un reto trabajar la seda. A mi la seda me provoca, me dice `no eres capaz de trabajarme`, y consigue que me altere y me enfrente a ella» manifiesta esta apasionada por una calidad en los tejidos que le cuesta encontrar. «La tela y el hilo que yo quiero no los encuentro. Hay una diseñadora de trajes de gitana en Sevilla que diseña sus telas, si pudiera lo haría también porque no encuentro lo que necesito. Los materiales que hay en el mercado no me satisfacen, yo quiero el triple mortal, quiero algo más», explica.

El deseo de Cristina por ir un paso más allá en el desarrollo de su pasión brotó en su infancia, cuando sin querer aprendió a hacer punto de tanto observar cómo se hacía, cuando le pasaba los alfileres a su madre para que los colocara en la tela, y cuando al oír el ruido de la tijera desde la otra punta de la casa corría para ver cual era el proyecto que su progenitora tenía entre manos. Es una conexión clara con la artesanía que le acompaña en cada palabra y que le lleva a conservar cada detalle de la tradición de una familia de mujeres artistas que lleva en el corazón. Un camino de aprendizaje y perfeccionamiento que comenzó en Murcia, continuó en Jerez de la Frontera, floreció en Sevilla y maduró en Zaragoza. Y al que aún le quedan muchas sendas que recorrer.

 

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