Historias de Mesa Camilla, la vida contada por tres amigas (II)
Historias de Mesa Camilla

Historias de Mesa Camilla (II)

Historias de Mesa Camilla (II)
«Los relatos de la serie «Historias de Mesa Camilla» giran en torno a María, Catalina e Irene, tres socarronas amigas que se reúnen cada día para tejer y coser. Si te gustaría compartir tus historias de mesa camilla, cuéntamelas en correo@lavozdelascostureras.com y las tres amigas las narrarán en tu nombre»

 

Los amigurumis en la magia de la transmisión de las labores

María, Catalina e Irene habían convencido a sus nietos y nietas para que esa tarde se acercaran a la mesa camilla donde pasaban las tardes. De esta manera, podrían ver sus últimos trabajos, de los cuáles eran beneficiarios. Unos muñecos de ganchillo, monísimos, hicieron las delicias de sus herederos, un gancho perfecto para la verdadera razón por la cual los habían reunido: meterles en el cuerpo el gusanillo de las labores.

— ¿Has visto que león más bonito? — dijo María dirigiéndose a su nieta. La aparente inocencia de su pregunta escondía un propósito muy claro. La más socarrona de las octogenarias amigas no quería que se perdieran generaciones de conocimientos. Pensó que esos muñequitos de ganchillo, amigurumis los llamaban, serían el gancho perfecto. Era simplemente ganchillo, lo que siempre había hecho ella, y su madre antes que ella, pero sonaba más moderno.

—Creo que las famosas ahora los hacen— aseveró Irene, la más impaciente de las amigas. Al igual que su amiga María, era la depositaria de una larga saga de costureras, tejedoras y bordadoras, y temía que esa tradición terminara con ella en su familia. Para evitarlo, había seducido a su nieto, el que más apegado estaba a su querida abuela. Era un chico dulce y mañoso, y no podía decirle que no a su abuela.

—Sí, creo que alguna cantante lleva estos muñequitos siempre encima—. Esta vez era Catalina la que con una de sus categóricas sentencias trataba de centrar la estrategia elaborada por las tres comadres.

En una de sus charlas de mesa camilla se habían lamentado las tres amigas de la posible pérdida de sus conocimientos. Catalina había dicho que los tiempos corrían demasiado deprisa hoy en día, y nadie tiene tiempo para los abuelos y su sabiduría. Ella recordaba aún con emoción esas tardes en las que su madre y su abuela le habían ido enseñando a coser, a coger el ganchillo, a tratar con delicadeza los bordados. Tanto Catalina, como María, como Irene sentían con la misma intensidad que entonces la magia en la recepción pausada del conocimiento. Y no querían perder la oportunidad de sentir el embrujo de su transmisión a la siguiente generación.

Los tiempos correrán deprisa, pensaba Catalina, pero las personas seguían siendo las mismas. Tanto ella como sus comadres lo veían en sus nietas. A pesar del abismo generacional que había entre ellas y las hijas de sus hijas, se daban cuenta de que los anhelos de esas chiquillas eran los mismos de siempre.

María, Catalina e Irene se querían aprovechar del amor absoluto que sus nietas y nietos sentían por ellas para seducirlas y meterles en el cuerpo el gusanillo de las labores.

 

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