Historias de Mesa Camilla, la vida contada por tres amigas (I)
Historias de Mesa Camilla

Historias de Mesa Camilla (I)

Historias de Mesa Camilla (I)
«Los relatos de la serie «Historias de Mesa Camilla» giran en torno a María, Catalina e Irene, tres socarronas amigas que se reúnen cada día para tejer y coser. Si te gustaría compartir tus historias de mesa camilla, cuéntamelas en correo@lavozdelascostureras.com y las tres amigas las narrarán en tu nombre»

 

María, Catalina e Irene querían aprender a hacer encaje de bolillos y habían empezado un paño cada una. Una intricada colección de palos, hebras y mucha paciencia las tenían sumidas en un silencio inusual en ellas.

—Qué difícil es esto, señor— comentó Irene, la más impaciente de las octogenarias amigas.

—Más difícil fue parir tres criaturas– le contestó María con la habitual sorna que la caracterizaba. Era la mayor de las tres amigas, la más sarcástica y la más divertida. Irene le dedicó una ladeada sonrisa y asintió con la cabeza.

—No hay nada que sea más duro que eso– dijo Catalina, en una de sus categóricas sentencias que solían zanjar conversaciones. La seria Irene la miró. No dijo nada porque sabía que en el interior de su amiga el dolor aún era reciente por la pérdida de su esposo. Parir es duro, pensó, pero continuar los años que te quedan sin el apoyo de tu compañero tampoco debía ser fácil.

Las tres amigas llevaban una vida juntas. Todas habían nacido en el mismo barrio del mismo pueblo, y en esa ubicación que se sabían de memora habían llegado a la vejez. Cada tarde, con las tareas diarias concluidas, se reunían en torno a la mesa camilla de María. Si el tiempo acompañaba, sacaban el mueble a la calle para coser o tejer a la fresca, mientras saludaban a los vecinos que venían de trabajar el campo. Esta costumbre arraigada tras décadas de amistad se había convertido en una necesidad para unas amigas que tanto habían compartido. Las tres habían perdido a sus compañeros y se apoyaban las unas en las otras para continuar cada día con una sonrisa.

—El parto es agotador, pero en realidad no es nada comparado con todo lo que viene después. Mientras lo tienes dentro lo tienes controlado— añadió Irene en una sarcástica sentencia acompañada de la risa de sus comadres. Catalina asintió con una triste sonrisa. Su comadre tenía razón. El nacimiento solamente es el principio, pensó. Porque la preocupación y constante incertidumbre, mezclado con un amor infinito, se convierten en el acompañamiento vital de una madre. Aun así, los hijos dan mucho más de lo que los padres ofrecen a sus crías, pensaba Catalina mientras trataba con extremo cuidado los bolillos que tenía frente a ella. A pesar del cansancio y los enfados, la más decisiva de las amigas sentía que sus hijos habían puesto orden y sensatez a su cabeza. Y habían llenado su vida de un amor y un orgullo imborrables.

 

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