Mercy Rojas y el bordado que Goya arrebató del silencio
Entrevistas

Mercy Rojas

Mercy Rojas

El bordado que Goya arrebató del silencio

Fotos de la galería e interiores: Noemi Martínez Pérez. Entrevista realizada en la Panadería Pinilla, situada en el Paseo de Cuellar, 20 de Zaragoza. Buen ambiente para la charla de costura.

Cuando Goya se coló en el corazón de la bordadora colombiana Mercy Rojas, el embrujo de su obra la embarcó, sin saberlo, rumbo a la ciudad del pintor aragonés. Y es que cuando llegó a Zaragoza como estudiante de postgrado no sabía que esa ciudad española era el hogar del genio cuyos grabados la marcaron con apenas 18 años. Hoy en día, Mercy, licenciada en Filología Hispánica y Periodismo, continúa en la capital aragonesa, donde combina su trabajo en la Fundación Familias Unidas con su pasión por el bordado y la escritura, sensibilidades que recoge en los relatos de su blog personal, Historias en Tela.

«Bordar es respirar. Es estar en el ser: cuando estas bordando, eres tú. Por eso nadie borda igual, porque cada uno somos un ser diferente, respiramos diferente, percibimos el mundo diferente… y eso se traduce a través de las manos en el bordado. Sientes que no estás en el tiempo, porque estás plena. Pueden pasar horas y horas y no te das cuenta», explica Mercy, doctora en Relaciones de Género y Estudios Feministas.

Una experiencia que la bordadora colombiana necesita extraer de sus momentos de intimidad. «Cuando bordo me gusta estar en silencio. Cuando hace buen tiempo, estar en el Parque Grande es un lujo. Escuchas muchos ruidos: la ciudad de lejos, los árboles, los pájaros… pero es una cosa suave. Por eso allí se borda muy bien. Cuando hay cierzo leve, ese sonido empieza a ser una música, empieza como a decirte secretos», asevera. «Me gusta mucho el Parque Grande, es mi espacio mágico de Zaragoza», concluye.

El bordado de Mercy se nutre del silencio, hasta el punto de que su mente pasa a otro nivel cuando ella acomete su labor. «Yo mientras bordo no pienso. De hecho, cuando tengo un pensamiento mientras estoy bordando, se me hacen nudos y la puntada comienza a salir fea», comenta, al tiempo que apunta que no todas las bordadoras viven su destreza del mismo modo. De esta manera, Mercy explica que hay expertas que mantienen una libreta junto a ellas para anotar los pensamientos que les surgen durante el bordado, como suele hacer Gimena Romero, bordadora mexicana que Mercy conoció en un curso que recibió en Madrid.

Bordado sobre la obra de Goya y muñecas artesanas. Foto: Noemí Martínez.

Aunque el bordado adquiere para ella otra dimensión cuando entra en escena otro de sus amores, la obra de Francisco de Goya, que la periodista colombiana conoció cuando vivía en su país natal. «Fui al Museo de Arte Moderno de Bogotá a ver una exposición de Miró. En la parte baja del museo había grabados de Goya. No lo conocía, yo tendría como 18 años, y fui a ver quién era ese señor. Al verlos fue como cuando te enamoras a primera vista, que sientes que los pelos se te ponen de punta. Cuando me vine a vivir a Zaragoza vi que Goya estaba por todos los lados. Podía haberme ido a cualquier otra ciudad, pero me vine aquí. Tengo la teoría de que es Goya quien me trae a Zaragoza», recuerda.

La aparición de Goya en la investigación que Mercy realiza de manera continua respecto al universo del bordado fue explosiva. «Hace unos años Goya se me metió en los sueños. Soñaba bordando parte de su obra, copiándola en bordado. Era como un encuentro amoroso. Y cuando iba caminando hacia el trabajo no podía pensar en otra cosa, era una obsesión», motivo por el cual decidió bordar a goya, con hilos de seda. «Ahora estoy haciendo uno con cabello, porque creo que se lo merece», explica una enamorada de la obra del pintor aragones que disfruta viviendo en una ciudad impregnada de su obra.

Mercy Rojas. Foto: Noemí Martínez.

A Mercy le gusta investigar, en cuanto tiene ocasión, sobre el modo que tienen de entender el bordado personas procedentes de culturas distintas a la suya. Y ha advertido que los rasgos distintivos son principalmente culturales.

«La diferencia entre el bordado japonés, los bordados tradicionales europeos y los bordados americanos son los colores. Y eso va muy relacionado con el ser que hay en cada lugar, con la naturaleza de cada lugar, cómo evoluciona y cómo son las personas en ese lugar. El bordado mexicano son las mismas puntadas del bordado europeo pero se ven diferentes porque meten su mitología, porque sus colores son diferentes. La filosofía que hay detrás de cada bordado de cada región de México es diferenteLos japoneses usan otros colores, y hacen cosas más delicadas y más pequeñas. Lo mexicano es lo contrario: la exhibición de color, las flores supergrandes. Los peruanos, si el bordado tiene brillante, mejor, los guatemaltecos son puro color, el bordado brasileño tiene volumen… Pero el japonés es contenido», argumenta.

Mercy Rojas. Foto: Noemí Martínez.

Una investigación que nació prácticamente en su infancia. «Yo soy la menor de ocho hijos y tengo mucha diferencia de edad con mis hermanos mayores. Cuando comenzaron a gestarse mis sobrinos, mi mamá comenzó a hacer los ajuares, a bordar todas las camisetas y las mantas para el bebé. Así fue como yo aprendí sin aprender, porque estaba viendo y ayudando a mi madre», rememora.

«Mi madre tenía un lema: el bordado tiene que quedar igual de lindo por delante que por detrás. De esta forma, si veía que hacía algo que por detrás se veía un poco feo, ella decía “desbarata, eso no vale”. Por eso el gusto por el bordado me viene de mi madre. Aún hoy siempre tiene un intento nuevo, de que ha aprendido, por ejemplo, el punto español. Este punto me lo enseñó a hacer hace tres años», comenta mientras recuerda los momentos en los que se reunía con sus hermanas a coser. «La una pintaba, las otras bordaban, las otras hacían los ojales. Mi hermana Sonia era la experta en hacer ojales, porque le quedaban perfectos. Los hacía a mano. Todo tenía que ser delicado y superperfecto para el ser que iba a venir», afirma.

Aunque esa paz que Mercy recuerda se trastocó en 1999. «Hace 18 años hubo un terremoto en mi región, Armenia, que destruyó el 75% de la ciudad, así que trabajé dos años reconstruyendo la ciudad. Era un trabajo muy extenuanteTrabajé en reconstrucción social: problemas de convivencia en los barrios nuevos, traumas a consecuencia del terremoto… Cuando terminé me enfermé», recuerda.

Libros en tela. Foto: Noemí Martínez.

Durante su recuperación pudo ver  “Donde reside el amor”, una película protagonizada por Winona Ryder «que gira en torno a contar todos los amores de las mujeres de la familia a partir de una manta de patchwork. Estaban contando una historia en las mantas», recuerda.

«Ahí comenzó la investigación: volví a retomar el bordado, aquí en España he hecho cursos con bordadoras españolas y latinoamericanas reconocidas. Los he hecho no tanto para conocer las puntadas, sino para conocer qué piensan del bordado, cómo lo sienten. Es lo que me interesa a mí, la filosofía del bordado, porque las puntadas ya las conozco», reconoce.

Estas experiencias fueron derivando en el producto que da nombre a su blog, Historias en Tela. «Desde que comencé en el patchwork yo quería contar historias. Leí una vez un artículo sobre la manta de los cien deseos, que es una tradición china, y eso es lo que le propongo a la gente. La manta es un proceso porque está contando una historia. Es pensar que los productos tienen que permanecer en el tiempo, que no son efímeros, que los objetos tienen vida, guardan vida y transmiten energía, y no son de usar y tirar. Y más algo tan íntimo como es una manta que va a envolver tus sueños», comenta.

Las mantas de Historias en Tela se fabrican con pedazos de prendas que ha usado la familia: camisas del padre, faldas de la madre, una prenda del bebé… que se disponen de modo que cuenten la historia de la familia. Un producto similar a otro de los que Mercy confecciona, los libros en tela, que contienen ilustraciones bordadas que plasman mensajes, como puede ser el de la lucha por la igualdad. De hecho, se ve en toda su obra, desde los libros a las muñecas y títeres que diseña, una filosofía de vida que impregna todos los ámbitos de su vida.

Libros en tela. Foto: Noemí Martínez.

Como en el laboral. Mercy trabaja en la Fundación Familias Unidas, ONG aragonesa de cooperación internacional que acomete diversos proyectos sociales y de desarrollo. Los que la bordadora colombiana aborda van desde la recuperación del entorno rural de la comunidad autónoma hasta la el tratamiento de los derechos humanos a través del deporte.

Además, esta licenciada en Filología Hispánica forma parte del colectivo de diseñadoras Modalena, y es cofundadora de Mottainai, colectivo que organiza encuentros mensuales de bordado y zurcido en La Harinera de San José, en Zaragoza.

Hace solamente catorce años que Mercy dejó su Colombia natal para recalar en Zaragoza por casualidad. Vino sin saberlo para atender la llamada de un amor exigente que se coló en sus sueños para que sus manos plasmaran el corazón de la obra de Francisco de Goya. Un enamorado terco gracias al cual la ciudad aragonesa puede disfrutar del candor y el compromiso de una bordadora que floreció en el cierzo y el silencio.

Mercy Rojas. Foto: Noemí Martínez.

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