Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
El montón de cuadraditos de la manta que tejía en honor a su fallecida madre era enorme. Prácticamente tenía todos los que necesitaba, y ya apenas deshacía los cuadrados que llevaba tejiendo desde los cinco años. Y es que Nieves tenía una necesidad de perfección que la obsesionaba, hasta el límite de llevar una vida dedicada a un solo proyecto.
Eran ya siete años de trabajo en una sola manta, faena que no quería terminar. La unión con ese proyecto la mantenía en contacto con una madre que cada día necesitaba más. El corazón y la mente de Nieves estaban llenos de unas dudas que solamente una madre puede resolver. La muchacha pensaba que el tiempo curaría esa necesidad de madre que tenía pero, lejos de atenuarse, cada día era mayor.
Nieves tenía doce años y hacía tres que no veía a su mamá transformada en hada, en aquellas noches que iba a visitarla a los pies de su cama, justo en el instante previo al sueño profundo. La chica pensaba que su madurez había alejado a su diminuta protectora, aunque en ocasiones pensaba que esas visitas que añoraba eran fruto de su mente de niña.
Mientras analizaba los cuadrados de lana en busca del diseño perfecto para su manta, su padre entró en el cuarto de costura en el que ella se encontraba. Ricardo lucía su habitual rostro severo. Venía de hablar con la maestra sobre el futuro de Nieves.
La muchacha se hacía la distraída mientras su padre tomaba asiento a su lado y reclamaba su atención con la mirada. Nieves tenía mucho miedo de la respuesta de su padre puesto que cualquiera de las posibilidades que se abría ante ella tenía consecuencias negativas.
La dura expresión de Ricardo se suavizó al notar el nerviosismo en el rostro de su hija. Una carita bonita que le recordaba mucho a la de su difunta esposa. Un gran parecido, sin duda, aunque hacía tiempo que Ricardo se daba cuenta de que su niña era muy distinta a su madre. Nieves había desarrollado una personalidad propia y definida.
El cansado hombre recordó las conversaciones que tenía con Martina, aquellas en las que su mujer le decía que una niña tan especial como Nieves necesitaba volar.
—Le he dicho que si tú quieres, serás maestra.
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¡Felices labores!