Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
Nieves no quería aceptar el hecho de que su abuela había muerto. Tenía la apariencia de alguien apenado pero fuerte que se hacía cargo de las cuestiones que hay que resolver después de un fallecimiento. Sin embargo, esa era la fachada de una autómata cuyo corazón estaba roto en pedazos tan pequeños que no recordaba ni quién era.
Mientras atendía a las personas que llegaban a abrazarla durante el velatorio de Purificación, ella le daba vueltas a los acontecimientos del día anterior. Nieves había comenzado el día contenta porque por la mañana su abuela tenía muy buen aspecto. Sin embargo, por la tarde la matriarca llamó a todos para despedirse. La chica no entendía, le dijo que se veía mucho mejor que el día anterior. La abuela le dedicó la mirada y la sonrisa más tierna que nadie ha podido cincelar en un rostro.
—Hija, es la mejoría previa a la muerte.
Y así fue. Horas después nadie pudo despertarla de la siesta. Desde entonces Nieves se había convertido en un cuerpo que se movía al ritmo de las convenciones y que trataba de recuperar su alma perdida. En su corazón había tantísimo dolor, que estaba paralizada.
Cada vez que alguien trataba de consolarla en el velatorio, ella se limitaba a repetir una cantinela aprendida. No paraba de preguntarse cómo alguien puede verse bien por la mañana y morir horas después. Analizaba cada minuto del día anterior como si hubiera sido también el último para ella.
La abuela estaba ahora con Martina. Estuvieran en el cielo o en el país de las hadas, ambas se acompañaban ahora la una a la otra por toda la eternidad.
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