Martina en el Pais de las Hadas, mi abuela materna
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Martina en el país de las hadas

Su belleza era serena, y su letra redonda y apurada. Eso es todo lo que sé de mi abuela materna, una costurera a quién la enfermedad se la llevó demasiado pronto, tanto que sus hijos apenas pudieron conocerla. Esta carencia de recuerdos sobre ella me ha llevado siempre a preguntarme cómo era, cómo sonaría su voz, cómo se sentirían sus besos… Mi abuela ha sido siempre una imagen en blanco y negro que, poco a poco, se fue transformando en hada en mi imaginativa mente de niña. Eso me pareció siempre, un hada misteriosa de la que únicamente conocía su letra.

Estos dibujos de patrones son lo único tangible que me une a ella. Martina Sánchez era modista en Pamplona. En la capital navarra se desarrolló profesionalmente aunque procedía de Espinal, un bello pueblito del Pirineo, muy cercano a Francia. Tuvo tres hijos que quedaron huérfanos de madre muy niños por una «enfermedad del corazón» que se la llevó a los 36 años de edad. Así de poco precisa era la vida entonces, la gente se marchaba porque le fallaba el corazón, o los pulmones, o cualquier otra cosa, y los familiares lo aceptaban porque no quedaba opción. Y así de poco precisos son los pocos recuerdos que en base a esa preciosa efigie he inventado sobre mi abuela.

Martina Sánchez, mi abuela

Cuando observo el libro de costura de Martina, me doy cuenta de que la pasión por la costura me surgió antes de nacer. Mis abuelas cosían y tejían, y mi madre seguro que también lo hizo mientras me gestaba. He tardado muchos años en reconocerlo, en darme cuenta de que en realidad eso es algo que forma parte de mi y de mi herencia. Durante todos estos años he vivido a espaldas de mis deseos y he tratado de desarrollarme personal y profesionalmente en sectores contrarios a mi espíritu. Hasta que un día eso cambió. Me sorprendí recordando lo bien que me sentía de niña cuando trataba de aprender a tejer esas cosas tan bonitas que creaba mi madre. Me di cuenta de la enorme satisfacción que me proporciona comenzar un reto, elaborarlo y verlo terminado. Lo importante que es para mi fabricar cosas con las manos.

Crear como lo hacía Martina. Testimonio de ello es su libro de costura. Como está muy deteriorado debido a su antigüedad, decidí fotografiarlo e imprimirlo para poder ojearlo sin temor a provocar su destrucción. Cada vez que lo miro me doy cuenta de cosas nuevas. Advierto detalles que en lecturas previas no había percibido. En todas esas ocasiones se repite el mismo ritual, en el cual me detengo con una sonrisa en los labios a contemplar la página en la que Martina anotó las medidas de niña de mi madre. Es en esa parte del libro en la que me siento más unida a mi hada. Me sumerjo en mis sueños e imagino el momento en el que ella tomaba las medidas de mi madre, del mismo modo que su hija lo hizo (y lo hará) conmigo tantas veces.

Me invento recuerdos porque las imágenes que conservo de ella son pocas, aunque todas ellas son muy hermosas. Así era la fotografía antigua, tan bella, cuidada y evocadora. Gracias a esas fotografías, en las que contemplo a una mujer joven, de ojos claros y mirada tranquila, he fabricado mis recuerdos de esa costurera. Me la imagino sentada frente a la máquina de coser que mi madre heredó de ella, y que mi abuela heredó de su madre. Triqui, traca, triqui, traca, impulsando continuamente el pedal que arranca el mecanismo, a toda velocidad, tal y como se lo he visto hacer tantas veces a la mujer que me dio la vida. Ese sonido metálico de una máquina más que centenaria está grabado a fuego en mi memoria. Más de cien años sirviendo las necesidades de al menos tres costureras, y soportando los juegos de muchas niñas que jugaban ha imitar a sus madres. Un objeto, ni mas ni menos, pero un amado trozo de metal impregnado de la esencia de las amadas mujeres de mi familia. Sirva este recuerdo de mi abuela materna para honrarlas a todas ellas.

Máquina de coser de Martina Sánchez.

Libro de costura de Martina Sánchez.

 

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