Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
Nieves no sabía si reír o llorar. ¡Su padre la dejaba estudiar! Y además ponía la decisión en sus manos. De todas las respuestas posibles, esa era la última que esperaba de Ricardo.
Una sensación de vértigo inundó su estómago. Nieves, a sus doce años, era libre de decidir su destino. La enorme responsabilidad que había caído sobre ella le pesaba tanto que comenzó a tejer sin pensar, con el objetivo de aliviar su miedo.
El gancho que sostenía en sus manos no paraba de hacer cadeneta a toda velocidad. Lazada tras lazada, intentaba dejar en blanco su mente para encontrar la respuesta de modo casi mágico.
¿Cuál sería la decisión adecuada? Estudiar suponía dejar sin hermana a un niño de siete años, y sin hija a un padre cansado y triste. ¿Cómo podría irse de casa y continuar con su vida si había gente tan querida que la necesitaba?
Una carcajada arrancó de sus pensamientos a la muchacha. Las risas pertenecían a su tía Fermina, que tomaba la cadeneta que estaba tejiendo por un extremo y tiraba y tiraba de ella sin encontrar el final. Nieves estaba tan preocupada que había fabricado metros y metros de cadena de lana sin darse cuenta. A pesar de su desazón, la visión de la cadeneta de lana sin fin le hizo tanta gracia que también ella empezó a reír.
La tía Fermina se interesó por esos pensamientos que habían llevado a Nieves a tejer inconscientemente una enorme cadeneta. Una vez tomadas en consideración todas las opciones de la chica, rio de nuevo, esta vez con una sonrisa cariñosa que trataba de aliviar la tensión de Nieves.
— ¿Sabes que puedes estudiar el magisterio a distancia?
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¡Felices labores!
