Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
El nuevo pastor se llamaba Sebastián. Por algún motivo ese nombre volvía a la cabeza de Nieves cada cierto tiempo y la distraía un poco. La maestra del pueblo había conocido a un hombre que conseguía sonrojarla.
Cada día, antes de que ella fuera a la escuela, el pastor pasaba por la casa de la familia de Nieves y recogía el ganado para llevarlo al monte. Era un momento que ella esperaba y evitaba a partes iguales, puesto que con ese muchacho que no conocía tenía sentimientos encontrados.
Sebastián era cortés y considerado, pero la mirada de un modo que a la tejedora le ponía nerviosa. El hecho de ser la maestra del pueblo la había convertido en una autoridad, por lo que la gente tendía a tratarla con una cierta distancia a la que se había acostumbrado. Por lo tanto, las miradas directas del chico la desconcertaban y la ofendían.
—Me preguntaba si esta tarde irá a la romería—, preguntó Sebastián una mañana a Nieves sin ningún reparo. Para la muchacha una pregunta directa de un perfecto desconocido era un grave desaire.
—Seguramente acuda con mi padre y mi hermano—, respondió tajante la chica. El tono de voz empleado por la mujer estaba destinado a cortar de cuajo con la conversación. Con la edad y el cargo, Nieves se había ido transformando en una mujer muy seria.
Las tías de la maestra, con las que seguía viviendo, se reían sin hacer ruido ante la contemplación del incipiente y desafortunado cortejo. Bien sabían todas ellas que su sobrina se bastaba sola para defenderse.
El pastor sonrió ante la cortante contestación de su galanteo, se despidió con un gesto de sombrero y marchó hacia el monte como cada día.
Nieves cogió su cartera, se arregló el pelo en el espejo de la entrada de casa y se preguntó si Sebastián llegaría a tiempo del monte para ir a la romería.