De labores, almas y comadres
Foto: Photo by yvestown on Foter.com / CC BY-NC-ND
Cuando decidí lanzarme al blogging hace 18 meses, primero en www.costureras.info y posteriormente en www.lavozdelascostureras.com, quise buscar un sinónimo de la palabra, de “labores”. Un término usado tradicionalmente para denominar de forma genérica al ganchillo, el bordado, el punto, los bolillos, la costura… Mi objetivo era encontrar un sinónimo actualizado de ese término mediante el cual todas las personas que practican estas disciplinas se sintieran cómodas: desde las más veteranas a las más jovencitas, desde las más clásicas a las que buscan otros motivos o formas estéticas.
Sin embargo, a lo largo del año y medio en el que he estado charlando con tantas mujeres, y tan diferentes, al menos en apariencia, me he dado cuenta de que me he reconciliado con la palabra “labores”. Después de 18 meses de trabajo me caído en cuenta de que lo de menos es la palabra, la forma, el continente. De lo que quiero hablar es del contenido, de las personas, de sus motivaciones y deseos. Cada cual puede denominarlas como desee: hay quien habla de “crochet”, otras de “ganchillo”, las hay que hacen “knitting” mientras otras prefieren hacer “punto”… qué más da. Todas hacen exactamente lo mismo: buscan en las disciplinas textiles tradicionales un modo de expresión artística y personal, paz y socialización.
Durante muchos años, muchas mujeres han encontrado satisfacción en la práctica de diversas labores en compañía de otras féminas. Acostumbraban a reunirse en torno a una mesa labor en mano a charlar y compartir. Y por lo que he podido ver a lo largo de este año y medio, muchas de las personas con las que hablo y entrevisto añoran ese sencillo acto. Ese ratito entre comadres mientras la una teje, la otra pinta y la otra arregla un taburete roto… un rato de complicidad y creatividad que muchas personas necesitamos.
El ritmo de vida actual es incompatible con el reposo y el sosiego. Sin embargo, veo que muchas personas necesitamos una forma de vida más tranquila, sin tanta inmediatez, con mayor análisis y contenido del que hay a nuestro alrededor. Internet y las redes sociales están transformando nuestro entorno, para bien, pero como no puede ser de otro modo, toda acción tiene consecuencias positivas y negativas. Y, a mi juicio, el efecto colateral negativo de la inmediatez y la democratización del acceso a la información es la falta de contenido.
Las labores son un símbolo más, en mi opinión, de la búsqueda de un modo de vida con sustancia, con sentido. Las labores requieren tiempo, paciencia, años de aprendizaje, una maestra que transmita su saber… son un reducto de oficio artesano que encaja con el sentir del ser humano, que necesita diseñar su mundo con las manos. Las labores requieren un paso firme que se adquiere con el tiempo, son la antítesis de la inmediatez que requieren internet y redes sociales, cargadas más de ocurrencias y palabras pretenciosas que de verdadero contenido.
Como ya sabéis las que me leéis, soy periodista. Procedo de una generación en la que el periodismo tenía ese punto de trabajo artesano, en el que hacían falta maestros y maestras, redactores y redactoras curtidos que te ayudaran a abrirte camino en la profesión. Sin embargo, tal y como escuché hace poco al periodista Arturo Pérez Reverte (una institución en sí mismo), las redes sociales han matado el periodismo. Y estoy de acuerdo con él. No se puede hacer análisis, información con mayúsculas, reportajes, entrevistas con enjundia… en 280 caracteres. Los antiguos 140 caracteres de twitter que se han convertido en un símbolo de la falta de contenido. Esa red social que te hace sentir filósofo, cargada de comentarios graciosos unos, ocurrentes otros, maliciosos los más… llena de frases simpáticas pero de muy poco sentido.
Cada una de las entrevistas que publico me lleva unas ocho horas de trabajo. Quedo con una persona, charlo durante el tiempo que sea necesario con ella, transcribo la grabación, la medito, recuerdo sus palabras, sus gestos, el brillo de su mirada… con calma voy elaborando un retrato en palabras de lo que he visto y vivido en un ratito de charla, tratando de ser lo más ecuánime posible, lo más respetuosa posible a las palabras y sentimientos que esa persona ha depositado en mí. Cuando el texto está listo, lo publico y procedo a compartirlo en redes sociales para que la gente que me sigue sepa que hay un nuevo contenido en mi blog. Y he de reconocer que esa es la parte del proceso que más odio. Después de ocho horas de trabajo debo buscar una frase ocurrente que capte la atención de los lectores en una vorágine de datos que se generan a cada segundo. En esos momentos me pregunto de qué sirve tomarse el tiempo que requiere desgranar el alma de una persona cuando con tanto ruido de imágenes y palabras digitales es muy poco probable que el tema destaque lo suficiente como para que alguien lo lea.
Soy una periodista nostálgica y trato de ejercer el oficio que aprendí hace veinte años como siento que debo hacerlo, a pesar de que el impacto de mis esfuerzos sea limitado. Cuando practico mi profesión me siento como cuando hago labores: una hormiguita reposada que trata de aportar un poco de belleza en un mundo complicado y veloz. Y sospecho que no soy la única que se siente así. Porque cada vez son más las personas que sienten satisfacción con los trabajos manuales reposados. Trabajos artesanos como lo son las labores.
Las labores relajan, son una especie de mantra que ayuda a relajar la mente y a controlar los nervios. Son también una herramienta de socialización en un mundo en el que cada vez es más fácil quedarse solo. Las labores descansan la mente, la vacían de ruido informativo, ayudan a despejarla y centrarse en lo importante. Ayudan a despertar la creatividad, son un modo de expresión artística y social que ha tenido un gran peso a lo largo de la historia y que ahora se vuelven a ver con buenos ojos, a pesar de que durante años fueron consideradas por muchos como un modo de subyugación de la mujer al hogar.
Pero… ¿quién dijo que son cosa de mujeres? Nosotras hemos sido las expertas a lo largo de la historia, hemos sido las dominantes en este terreno, pero no es un campo cerrado a los hombres. Muchos se suman, cada vez se ven más encajeros en los encuentros de bolillos, más hombres encuentran satisfacción aprendiendo a hacerse sus propios arreglos de ropa, incluso toman las calles punto en mano, como los chilenos Hombres Tejedores, y se lanzan a la empresa de visualizar una afición creciente entre los varones.
Las mujeres han sido las dominantes en el terreno de las llamadas labores. En la costura, el bordado, el ganchillo, el punto, las almazuelas… pero, como me ha confesado más de una persona a lo largo de este año, es probable que hasta que los hombres no se lancen de forma masiva a practicarlas, no gozarán de caché. Y lo dicen con pena e ironía, como si todo aquello que hayamos dominado las mujeres históricamente no fuera valioso hasta que un hombre se erija como experto, como ya ha pasado en otros campos.
Las mujeres somos y seremos lo que queramos. Tenemos la voluntad y la inteligencia para emprender y estudiar lo que nos venga en gana, para ser lo que queramos, porque somos listas, tercas y resistentes. Siempre lo hemos sido.
De entre las muchos terrenos en los que las mujeres hemos brillado, que pasan desde el arte a la ciencia, las labores son uno de ellos. A bastantes mujeres, muchas universitarias, empresarias… con profesiones que hoy en día se consideran de éxito, a muchas de ellas les gusta practicar algún tipo de labor. Muchas de estas personas consideran que hay más arte en un baúl de labores de una casa de campo que en muchos museos. Nos guste más un estilo u otro, un tipo de dibujo u otro, lo cierto es que lo que han hecho a lo largo de la historia las costureras, tejedoras, encajeras y bordadoras del mundo es verdadero arte. A mi juicio, un tapete de mi madre o un gamberro amigurumi le dan mil vueltas a muchas de las expresiones que hoy se consideran artísticas.
Lo clásico, lo que hoy se lleva… todo es lo mismo, parte del mismo sentir. Por eso me gustaría ver cómo mujeres de muy diferentes gustos estéticos se miran y admiran. Me encantaría que las clásicas valoraran a las contemporáneas, las que empiezan admiraran a las expertas. Da igual si elegimos bordar una flor o a nuestro cantante favorito, si se teje un tapete o un el amigurumi de un dragón… ambas personas bordan y tejen, crean y disfrutan con lo que ejecutan con sus manos y su corazón. Me encantaría que no generáramos barreras entre nosotras, que no creyéramos que por dedicarnos a una profesión u otra, o porque nos guste un tipo u otro de labor, estamos por encima de las demás.
Todas las mujeres somos fuertes, inteligentes y creativas. Llevamos el peso del mundo sobre nuestros hombros. Da igual de qué manera llamemos aquello que en este blog nos une: labores, kniting, crochet, punto, embroidery… qué más da. Eso son sólo formas, continentes. Fijémonos en el contenido de nuestras almas, en nuestras capacidades creativas y de superación, porque eso es lo que nos une a todas las mujeres (y hombres) que disfrutan con estas disciplinas.
Felices labores y… ¡feliz año 2018!