Autor de la fotografía: http://www.viktorhanacek.com/
Las agujas se cogen así, papá. Toma la lana con esta mano y empieza a tejer—. La pequeña Nieves se mostraba exultante ante la perspectiva de convertirse en maestra de su papá. La noche anterior su progenitor le había manifestado su deseo de aprender punto para colaborar en la manta que tejía en favor del hada que tenían en común. Al volver del colegio se había puesto manos a la obra y había buscado el material adecuado para enseñar a un principiante de manotas enormes.
La abuela Purificación no podía ser más feliz. La contemplación de su yerno y su nieta juntos en una divertida aventura era sanador para su anciano corazón. La abuela era silenciosa pero todo lo sabía. Los años que caían sobre su espalda le informaban de que Ricardo no era capaz de recuperarse. A esta anciana de ojos vivos el semblante varonil de su yerno no la engañaba. Ese rostro aparentemente hermético era transparente para ella. Podía ver un corazón destrozado a través de su curtida piel.
El aplicado alumno no era demasiado hábil con el arte de las dos agujas. A su hija eso le provocaba una risa emocionada y nerviosa. Esas tardes de enseñanzas de hija a padre eran muy esperadas por ambos. Con el paso del tiempo incluso el pequeño José Luis se sumó a ellas, en el momento en el que fue lo suficientemente mayor para poder sostener el material de trabajo.
Nieves era feliz. La familia volvía a estar unida. El hada-mamá le había hecho un encargo muy importante que no pensaba desatender: debía velar por los suyos. La edad de la niña se medía con un solo dígito y, a pesar de su juventud, Nieves se convirtió en el nexo de unión de todos sus seres queridos. El hada Martina podía volar tranquila.
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¡Felices labores!
